Gianni Rodari nos presenta en este cuento a un señor que no conseguía dormir. Espero que os guste.
VOCES
NOCTURNAS
Si
os acordáis de la antigua fábula de la princesa que no conseguía
dormir porque había un guisante debajo del último colchón de la
montaña de colchones sobre la que se había acostado, os parecerá
más comprensible la historia de este viejo señor. Un viejo señor
muy bueno, más bueno que cualquier otro señor viejo.Una noche,
cuando ya está en la cama y va a apagar la luz, oye algo, oye una
voz que llora...
—Qué raro —dice—, me parece oír... ¿Habrá alguien en casa?
El
viejo señor se levanta, se pone una bata, recorre el pequeño
apartamento en el que vive completamente solo, enciende las luces,
mira por todas partes...
—No,
no hay nadie. Será donde los vecinos.
El
viejo señor vuelve a la cama, pero al cabo de un rato oye otra vez
aquella voz, una vozque llora.
—Me
parece —dice— que viene de la calle. Seguramente que ahí abajo
hay alguien llorando... Tendré que ir a ver.
El
viejo señor vuelve a levantarse, se tapa lo mejor posible, pues la
noche es fría, y baja a la calle.
—Vaya,
parecía que era aquí, pero no hay nadie. Será en la calle de al
lado.Guiado por la voz que llora el viejo señor sigue y sigue, de
una calle a otra, de una a otra plaza, recorre toda la ciudad y junto
a la última casa de la última calle encuentra a un viejecito en un
portal que se lamenta débilmente.—¿Qué
hace aquí? ¿Se siente mal?
El
viejecito está tumbado sobre unos cuantos andrajos.
Al
oír que le llaman se asusta:—¿Eh?
¿Quién es?... Ya entiendo. El dueño de la casa... Me marcho en
seguida.
—¿Y
dónde va a ir?
—¿Dónde?
No sé dónde. No tengo casa, no tengo a nadie. Me había resguardado
aquí...Esta noche hace frío. Tendría que ver lo que es dormir
sobre un banco, en los parques, tapado con un par de periódicos. Es
como para no volverse a despertar. Pero bueno, ¿y a usted qué
le importa? Me voy, me voy...
—No,
oiga, espere... No soy el dueño de la casa.
—Entonces,
¿qué quiere? ¿Un poco de sitio? Acomódese. Mantas no hay, pero
sitio hay para los dos...
—Quería
decir... En mi casa, si le parece, hace un poco más de calor. Tengo
un diván...
—¿Un
diván? ¿Al calor?
—Ea,
venga, venga. ¿Y sabe lo que haremos? Antes de dormir nos haremos
una buena taza de leche...
Van
a casa juntos, el viejo señor y el viejecito sin casa. Al día
siguiente el viejo señor acompaña al viejecito al hospital porque
ha pescado una fea bronquitis de dormir en los parques y en los
portales. Después regresa, ya de noche. El viejo señor está a
punto de acostarse, pero vuelve a sentir una voz que llora...
—Vaya,
otra vez —dice—. Es inútil que mire en casa, sé muy bien que no
hay nadie.También es inútil que intente dormir: seguro que no lo
conseguiré oyendo esas voces.¡Animo! vamos a ver qué pasa.
Como
la noche anterior, el viejo señor sale y camina, y camina, guiado
por la voz que llora que, esta vez, parece venir de muy lejos. Anda y
anda y atraviesa toda la ciudad. Sigue y sigue y le sucede algo muy
extraño porque se encuentra andando por una ciudad que no es la
suya, y después en otra. Continúa y continúa, cada vez más lejos.
Atraviesa toda la región.
Llega
a un pueblecito en lo alto de una montaña. Allí hay una pobre mujer
que llora porque tiene un niño enfermo y a nadie que vaya a buscarle
un médico.
—No
puedo dejar al niño solo, no puedo sacarle con esta nieve...
Hay
nieve por todas partes. La noche parece un desierto blanco.
—Animo,
ánimo —dice el viejo señor—, explíqueme dónde vive el médico,
iré a buscarlo, lo traeré yo mismo. Mientras tanto, lávele la
frente al niño con un paño húmedo, lo refrescará, a lo mejor
podrá descansar.
El viejo señor hace todo lo que tiene que hacer. Y hele de nuevo en su habitación. Ya es la noche siguiente. Como de costumbre, cuando está a punto de dormirse, una voz se introduce en su sueño, una voz que llora y parece estar allí junto a la almohada. Ni oír hablar de dejarla llorar. Con un suspiro, el viejo señor vuelve a vestirse, sale de casa y anda y anda.Y le sucede la acostumbrada cosa extraña, muy extraña. Porque esta vez atraviesa toda Italia, cruza también el mar, y se encuentra en un país donde hay guerra, y hay una familia que se desespera porque una bomba le ha destruido la casa.
—Valor,
valor —dice el viejo señor. Y los ayuda como puede. No puede
solucionarlo todo, como es natural. Pero al fin dejan de llorar y él
puede volver a casa. Ya se ha hecho de día, no es cosa de meterse en
la cama.
—Esta
noche —dice el viejo señor— me iré a descansar un poco antes.
Pero siempre hay una voz que llora. Siempre hay alguien que llora, en
Europa, o en África, en Asia o en América. Siempre hay una voz que
llega por la noche a la casa del viejo señor, junto a su almohada, y
no lo deja dormir. Siempre así, noche tras noche. Siempre siguiendo
a una voz lejana. Puede venir del otro lado del mundo, pero él la
oye. La oye y no consigue dormir...
PRIMER FINAL
Aquel
viejo señor era bueno, muy bueno. Pero de no dormir nunca, empezó a
ponerse nervioso, muy nervioso.
—Si al menos pudiera —suspiraba— dormir una noche sí y otra no. A fin de cuentas yo no soy el único en el mundo. No es posible que nadie sienta nunca esas voces, que a nadie se le ocurra levantarse para ir a ver.
Algunas
noches, en cuanto sentía las voces, intentaba resistir:
—Esta
vez no me levanto, estoy acatarrado y me duele la espalda, nadie
podrá echarme en cara que soy un egoísta.
Pero
la voz insistía, insistía tanto que el viejo señor no tenía más
remedio que levantarse.
Cada
vez estaba más cansado. Cada vez más nervioso.Por último se
acostumbró a meterse dos tapones en los oídos antes de acostarse.
Así no sentía las voces y se dormía.
—Lo
haré sólo durante un tiempo —decía—, sólo para descansar un
poco. Será como tomarse unas pequeñas vacaciones... Se puso los
tapones un mes seguido.
Una
noche no se los colocó. Tendió la oreja. Ya no oía nada. Se quedó
despierto la mitad de la noche escuchando: ni voces, ni llantos,
únicamente algún perro que ladraba a lo lejos.
—O
nadie llora —concluyó— o me he quedado sordo. Paciencia, mejor
es así.
SEGUNDO FINAL
El
viejo señor siguió de aquella manera durante noches y noches,
durante años y años, levantándose siempre, hiciera el tiempo que
hiciera, y corriendo de un extremo a otro de laTierra para ayudar a
alguien. Apenas dormía algunas horas, después de comer, sin ni
siquiera desnudarse, en una poltrona más vieja que él.
Los
vecinos empezaron a desconfiar.
—¿Dónde
va todas las noches?
—Va
a corretear. Es un vagabundo, ¿todavía no os habéis dado cuenta?
—A
lo mejor es un ladrón...
—¿Un
ladrón, eh? ¡Es verdad! ¡Eso explica el misterio!
—Habrá
que vigilarlo
Una
noche hubo un robo en aquel edificio. Los vecinos le echaron la culpa
al viejo señor. Registraron su casa y tiraron todo por los aires. El
viejo señor protestaba con todas susfuerzas:
—¡Soy
inocente! ¡Soy inocente!
—¿Ah,
sí? Entonces, díganos, ¿dónde estaba la noche pasada?
—Estaba...
ah, ya... estaba en Argentina, un campesino no conseguía encontrar
su vaca y...
—¡Escuchad
qué descarado! ¡En Argentina! ¡Cazando vacas!
En
fin, el viejo señor terminó en la cárcel. Y estaba desesperado
porque todas las noches oía una voz que lloraba y no podía salir de
su celda para ir en busca de quien lo necesitaba.
TERCER
FINAL
Por
ahora no hay tercer final.Podría ser éste:
que una noche, en toda la Tierra no haya ni siquiera un hombre que llore, ni tampoco un niño... y a la noche siguiente lo mismo... y así todas las noches. Nadie llora,nadie es infeliz..
Quizá esto sea posible algún día. El viejo señor es demasiado viejo para vivir hasta aquel día. Pero continúa levantándose, porque lo que se hace debe hacerse siempre, sin perder la esperanza nunca.
que una noche, en toda la Tierra no haya ni siquiera un hombre que llore, ni tampoco un niño... y a la noche siguiente lo mismo... y así todas las noches. Nadie llora,nadie es infeliz..
Quizá esto sea posible algún día. El viejo señor es demasiado viejo para vivir hasta aquel día. Pero continúa levantándose, porque lo que se hace debe hacerse siempre, sin perder la esperanza nunca.
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